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Foto del escritoreskolankantari

Un coro que da lecciones de armonía

La Coral de Bilbao enseña a cantar en un colegio con alumnos de 20 nacionalidades y sin dinero para extraescolares

Brihana (Venezuela), Erik (República Dominicana), Kiordi (República Dominicana), Sheila (Bilbao) y Jhoselyn (Colombia).


Hay coros de voces blancas, de voces graves, escolanías, académicos, de diletantes. El que ensaya los miércoles por la tarde en el colegio Presentación de María de Bilbao todavía no tiene nombre. Es difícil poner letra a la música de estos 37 chavales, los de la primera fila de nueve años, los de la tercera de quince. Ojos enormes y atentos enmarcados en distintos tonos de piel, con uniforme azul marino o con chándal, sobrias coletas, crestas o elaboradas trenzas. Cantan de memoria, sin partituras, Behin edo behin. No estudian lenguaje musical, pero podrían dar lecciones de armonía.


Su canción empezó con una conversación casual entre la profesora Estefanía Garaizar e Iñigo Alberdi, gerente de la Sociedad Coral de Bilbao. Se conocieron a través del getxotarra Fernando Velázquez, el compositor de la banda sonora de Un monstruo viene a verme. Ha trabajado con la coral -grabaron la música de Zipi y Zape- y es amigo de Estefanía, así que un día se plantearon qué podían hacer en este colegio donde no hay presupuesto para extraescolares; un lujo que muchas familias tampoco se pueden permitir.


El centro que regentan las Hijas de la Cruz en Solokoetxe tiene 158 años de historia y 213 alumnos, quizá alguno más. Como los grupos no están completos, durante el curso se incorporan niños que acaban de llegar a la ciudad y necesitan algo más que clases. Más de la mitad de los alumnos son inmigrantes de veinte nacionalidades, «un pequeño Erasmus» en el corazón de Bilbao. «La comunidad boliviana es la más amplia, la congoleña ha crecido mucho». La mayoría vive en el Casco Viejo, Bilbao La Vieja y Miribilla, aunque algunos vienen de más lejos. «Ven que la gente les mira por la calle y aquí se sienten protegidos y queridos», afirma Garaizar. «Como todos somos diferentes, nadie se siente fuera de lugar».


Algunos llegan «sin saber castellano» (estudian en el modelo B), así que «utilizamos todos los recursos que nos podemos inventar» para ayudarles. Entre ellos la música, «que siempre ha formado parte de su vida. Desde muy pequeños aprenden a tocar la flauta» y ahora el coro les ofrece nuevas oportunidades.

«Con los cacharros de mi cocina voy a formar una orquestina...». Los mocetones de la última fila cantan con el mismo entusiasmo que los pequeños el hit que estrenaron en los festivales de Navidad. El coro empezó a ensayar en octubre con el patrocinio de Ingeteam y fue una sorpresa que se apuntaran «tantos chicos mayores», porque esta actividad suele atraer más a las niñas. Pedían un mínimo de 15 alumnos y fueron 43 (desde tercero de Primaria hasta cuarto de ESO), aunque algunos lo han dejado porque no pueden asistir todas las semanas.


A Erik, dominicano de quince años, lo que le gusta escuchar en casa es «reggaeton», pero quiere aprender a cantar. «Se lo recomiendo a todos mis compañeros». Nunca falta, hoy le tocaba cuidar a una niña y se la ha traído al ensayo. La pequeña juega con sus cromos mientras la profesora del Centro de Enseñanza Musical de la coral, Emma López, dirige el canto. «Cualquier coro exige un proceso para hacer el sonido y estamos empezando a cantar a voces», explica. «Algunos tienen cualidades fantásticas, me alucina tener chicos tan mayores».


Jhoselyn, «a lo Beyoncé»


«Luna, lunera, suelta tu velo de luz en el mar...» «¡Qué bien suena eso, es importante que no corráis!». Jhoselyn, colombiana de quince años, canta desde los cinco y va a clases en Deusto. «Lo he vivido en casa». Su sueño es cantar «a lo Beyoncé», quizá hacer un dúo con Sheila o con la venezolana Brihana (¿o Rihanna?). En el Arriaga interpretaron We are the world junto a otros coros. Había «mucha gente y muchos nervios», pero salió bien.


«Dubi du, dubi du...». Cambian el ritmo y las coreografías salen solas. «Necesito sonido en el final», insiste la profesora. En mayo actuarán con los niños del Conservatorio de la Coral. Unas 450 voces, cada una con su color y «sin gritar uno más que el otro», como han aprendido. La Coral tiene intención de ampliar el programa Eskolan Kantari a otros centros. Al final de la clase, Amari, de Guinea Bissau, consigue que pongan la música de Los chicos del coro, «una de mis pelis favoritas». Los mayores, que el año que viene abandonarán el colegio, andan preocupados porque no quieren dejar de cantar.


TERESA ABAJO

El correo

Domingo, 5 febrero 2017

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